Repuesta la dinastía borbónica con Alfonso XII y establecido el sistema de la Restauración con los partidos turnantes de Cánovas y Sagasta el sistema funcionó sin sobresaltos hasta los años cercanos al fin del siglo XIX. Los cambios sociales y el impacto de la crisis del 98 configuran una España de principios del siglo XX muy distinta a la de 1875. Le va a tocar reinar a un joven rey: Alfonso XIII, rey desde su nacimiento, pero que a los 16 años asume las riendas del gobierno personalmente, en 1902. La situación es difícil y con la distancia podemos decir que no acertó a desempeñar con éxito su papel. Tuvo demasiada tendencia a intervenir en cuestiones de gobierno y eso le colocó en un primer plano siendo objeto de las críticas por actuaciones desafortunadas. Podemos explicar esa actitud por su educación y por el papel que la propia constitución otorgaba al rey; pero pudo haber propiciado la evolución del régimen de acuerdo con los tiempos y no supo hacerlo. A la larga eso le costará la corona.
Desde el primer momento de su reinado personal tenemos reflejados algunos ejemplos. El mismo día en el que el joven monarca jura ser fiel a la Constitución pide a Sagasta que convoque un Consejo de Ministros. A pesar de lo largo de la ceremonia y no ser el momento más adecuado la reunión se celebra. Cuenta Romanones que Alfonso XIII toma la palabra e interroga al viejo y prestigioso militar Weyler sobre la razón por la que se ha cerrado la Academia militar. Weyler expone sus razones. Uno de los principales problemas del ejército era el exceso de mandos y el ministro esperaba reducirlos cerrando la Academia y licenciando a los oficiales de la escala de reserva. El rey sostiene que debe de abrirse de nuevo. La discusión se encrespa y tiene que intervenir Sagasta concediendo la razón al monarca para evitar una crisis más grave.
En ese mismo Consejo, el rey toma la palabra y lee el párrafo octavo del artículo 54 de la Constitución, “ Corresponde además, al Rey: ...Conferir los empleos civiles, y conceder honores y distinciones de todas clases, con arreglo a las leyes.” y a continuación recuerda que como acaban de escuchar se le atribuyen a su persona la concesión de honores, títulos y grandezas y que piensa reservarse por completo esa función. Ante la sorpresa un ministro, el duque de Veragua, le lee párrafo segundo del artículo 49 que dice: “Ningún mandato del Rey puede llevarse a efecto si no está refrendado por un Ministro, que por sólo este hecho se hace responsable.”
Todo esto lo hace un muchacho de 16 años, pero su tendencia a intervenir no se reduce con el tiempo. No se resistía sobre todo a meter baza en asuntos militares. De hecho él sentía ser un militar. Estaba rodeado por un grupo de militares que tenían acceso a palacio y utilizaban al rey para obtener ascensos y promocionar su carrera, además de saltarse el conducto reglamentario de las decisiones. Esto provocaba choque con los mandos del ejército. A pesar de que Weyler intentó suavizar las relaciones con el monarca se produjo de nuevo un altercado cuando el ministro le presenta al rey dos propuestas. Una para cesar a un general del grupo de palacio y otra para ascender a general de división que no pertenecía al círculo del monarca. El rey se niega a firmar el cese y obliga a que se ascienda a uno de sus favoritos.
El rey llego a solicitar la clave secreta de las comunicaciones telegráficas de la Marina al ministro correspondiente, el almirante Villanueva. Se le niega porque posibilitaría al rey y a su camarilla militar enviar órdenes directas a los buques de guerra saltándose a los mandos, al ministro y al gobierno. En el siguiente reparto de condecoraciones Villanueva es marginado y dimite atribuyendolo a una maniobra del rey.
En el gobierno conservador de Francisco Silvela el monarca se opone a las restricciones del gasto militar que propone el ministro de Hacienda Raimundo Fernández Villaverde, que dimite en marzo de 1903
Un enfrentamiento grave con el gobierno se produce en diciembre de 1904 cuando en el gobierno presidido por Maura el ministro de la Guerra, el general Arsenio Linares propone al general Francisco Loño como jefe del Estado Mayor del Ejército. Alfonso XIII no acepta el nombramiento y pretende que el cargo sea para el general Emilio García Polavieja, un recomendado de su madre María Cristina. Maura se niega a plegarse al capricho real, la tensión se mantiene durante tres semanas y al fin Maura dimite el 14 de diciembre de 1904. El rey se sale con la suya pues el siguiente Gabinete nombra a Polavieja y deja sentado que va a continuar interviniendo en cuestiones militares saltándose el orden jerárquico.
Preguntado Maura en la Cámara por las razones de su dimisión responde: “Esta crisis se ha producido por la sencilla razón de que quiero entrar en palacio vistiendo la levita de caballero y jamás la librea de lacayo”.
Todas estas y otras actuaciones permitidas por la Constitución de 1876 y los políticos iran minando el prestigio de la monarquía, colocándola en el primer plano de la lucha política. Si Alfonso XII había sido un rey que supo dejar hacer a los políticos manteniéndose en un plano secundario y más elevado por haber aprendido la lección de lo sucedido a Isabel II, no es este el caso de Alfonso XIII cuya actuación acabará facilitando la llegada de la segunda república.
Alguna de estas anécdotas y otras podéis encontrarlas en el libro de Carlos Fisas “Las anécdotas de los Borbones”, de amena lectura y que os recomiendo.
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