domingo, 9 de mayo de 2010

Un atentado contra Isabel II


El 2 de febrero de 1852 Isabel II sale de Palacio por primera vez después de dar a luz a la Chata ( la infanta Isabel) el 20 de diciembre de 1951. Antes de dirigirse al templo de Atocha para realizar el solemne acto de presentación de la infanta hubo un acto en la capilla real. Al salir del acto un sacerdote pide a los alabarderos que guardan a la Reina poder entregarle un memorial. La Reina ordena que le abran paso y el sacerdote se arrodilla esperando que la Reina llegue a su altura. Isabel II se acerca a recoger el memorial y entonces el cura saca un estilete y con el apuñala a la Reina que grita y se desploma.
El cura es detenido al momento y la infanta recibe el auxilio del coronel de los alabarderos Manuel Mencos que recibirá por ello el título de marqués del Amparo. El cura era Martín Merino natural de Arnedo, la Rioja y era efectivamente un sacerdote de vida complicada que formado inicialmente en el convento de San Francisco en Santo Domingo de la Calzada había sido influido por las ideas de la Revolución francesa y después de luchar contra las tropas de Napoleón formando partidas en Sevilla y Cádiz, donde fue ordenado sacerdote el año 1813. Finalizada la guerra se incorporó de nuevo a la orden pero acabo regresando a la vida del mundo renunciando a la vida conventual. En la época absolutista se exilió en Francia regresando en 1820.
Abandonó la orden y llego a ser acusado de un atentando frustrado contra Fernando VII en la Puerta del Sol en 1822. Ese mismo año combatió contra los sublevación absolutista de la Guardia Real el 7 de julio.
Con el nuevo período absolutista volvió al exilio francés, regresando en 1841 cuando el liberalismo ya se hallaba asentado en España. De regreso ejerció entre otras cosas de prestamista profesión que le trajo problemas llegando a ser acusado por usura. También tuvo relaciones con su criada, Rafaela Calvo, que intentó estafarle. Acabará convertido en un misógino. Sigue ejerciendo de sacerdote, de prestamista, se interesa por la política sintiendo odio por Narváez y por Isabel II.
La ropa de la Reina y el corsé amortiguaron el impacto de la cuchillada. Mientras tanto el detenido contó con toda tranquilidad lo que había planeado. Con toda celeridad se celebra el juicio siendo pronunciada sentencia el día 3 de febrero por el juez de primera instancia Pedro Nolasco Aurioles, Tras el juicio, en el que resultó condenado a muerte, fue despojado de su condición de sacerdote, ejecutado y quemado su cadáver siendo esparcidas sus cenizas en fosa común del cementerio de Chamberí el 7 de febrero de 1852.

miércoles, 5 de mayo de 2010

Visión de Pujol sobre la guerra civil


Pujol en sus memorias nos resume en un par de anécdotas que le ocurrieron a sus padres como se vivió la guerra civil en Cataluña desde la perspectiva de gentes catalanistas. Leyéndolas podemos aprender muchos sobre lo que fue la guerra civil.
“Quiero aportar dos hechos que dibujan el estado de ánimo de mi familia y, por extensión, de muchos catalanes en el transcurso de la guerra. Uno, lo viví directamente. Aún estábamos en Barcelona. Eran, pues, los primeros meses de la guerra. Yo debía de tener unos siete años. Mis padres y yo habíamos cogido un taxi, uno de aquellos vehículos pintados de negro y rojo, que eran los colores de la FAI. Mi padre se enzarzó en una discusión muy agria con el taxista. No puedo recordar los motivos, pero, por los comentarios, el hombre que nos guiaba debía de ser muy fiel a los colores de la anarquía que exhibía. Mi padre le dijo: «... pues yo me he afiliado a la UGT porque vosotros nos llevaréis a la perdición». Mi progenitor, como todos durante la guerra, había tenido que sindicarse. Sin ser socialista se apuntó a la UGT, como lo hicieron otros contrarios al desorden, a los asesinatos y a la inoperancia. Al bajar del taxi, mi madre le dijo: «Florenci, ve con cuidado».
El otro acontecimiento me lo contó mi madre más adelante. Un poco antes de que lo llamaran al frente, en el año 1938, dos policías de la civil pararon a mi padre por la calle y le pidieron la documentación. Debieron de creer que era un llamado a filas que no se había incorporado. Mi padre, disgustado, exhibió su carácter y se encaró con los dos hombres. Una vez pasado el incidente, mi madre, que iba con él, le volvió a recomendar prudencia: «Florenci, ve con cuidado: ¿no te das cuenta de que eran del SIM?». El le contestó: «Es que primero la FAI y ahora Negrín; ya estoy hasta las narices».
Las dos respuestas de mi padre ilustran y resumen mejor que cien artículos y mejor que un tratado histórico cómo la evolución de la guerra había desmoralizado a la gente. Una vez neutralizados los revolucionarios del primer momento «que nos traían la perdición», el gobierno de la República, muy influido por los comunistas, tampoco inspiraba confianza. El entusiasmo, la convicción y la fe en la victoria estaban por los suelos. Estas condiciones no eran las más adecuadas para alguien que estaba a punto de ir al frente. El tío Francisco había enviado a su hermano información sobre cómo podía pasar la frontera y reunirse con él en Morellás, pero mi padre, a pesar del desengaño, se quedó.
La guerra de los Pujol hacía ya tiempo que se había perdido. En realidad, la empezaron a perder el día después del 19 de julio. El 19 de julio de 1936 mi familia era radical¬mente contraria a los insurrectos y adicta a la República y a la Generalität. Todos fueron, siempre y hasta el final, repu¬blicanos, pero las adhesiones se fueron enfriando. Los asesinatos y el desorden de los primeros meses y, después, el gradual arrinconamiento de la Generalität los fue desconcertando y desmoralizando. A partir de la ofensiva de Ara¬gón en la primavera de 1938 dieron la guerra prácticamente por perdida. Deseaban que no ocurriera así porque eran conscientes de que Franco sería un desastre para Cataluña, pero aquella República ya no era la suya y la Generalitat a la que se mantenían fieles había medio desaparecido.”