domingo, 9 de diciembre de 2012

Manifiesto de Isabel II desde el exilio

Destronada por la revolución de septiembre de 1868, en el exilio francés, desde Pau Isabel II dirige a la nación española este manifiesto que publica la Gaceta de Madrid el 6 de Octubre de 1868.


Doña Isabel de Borbón ha dirigido un manifiesto a los españoles. La junta no lo califica: la nación ha juzgado soberanamente los actos de quien llamó su reina: la nación juzgará sus palabras.


«A LOS ESPAÑOLES:

Una conjuración de que apenas hay ejemplo en pueblo alguno de Europa, acaba de sumir a España en los horrores de la anarquía. Fuerzas de mar y tierra que la nación generosamente fomentaba y cuyos servicios siempre he recompensado con placer, olvidando tradiciones gloriosas y rompiendo sagrados juramentos se revuelven contra la patria y traen sobre ella días de luto y desolación. El grito de los rebeldes lanzado en la bahía de Cádiz y repetido en varias provincias por una parte del ejército, resuena en el corazón de la mayoría inmensa de los españoles como el ruido precursor de una tempestad en que peligran los intereses de la religión, los fueros de la legitimidad y del derecho, la independencia y el honor de España.

La triste serie de defecciones, los actos de inverosímil deslealtad que en breve espacio de tiempo se han consumado, más todavía afligen mi altivez de española que ofenden mi dignidad de reina: que no cabe ni aún en el delirio de los mayores enemigos de la autoridad la idea de que el poder público que tan alto tiene su origen, se confiera y modifique y suprima por ministerio de la fuerza material: por el influjo ciego de los batallones seducidos.

Si las ciudades y los pueblos, cediendo a la violenta primera impresión, se sumeten por el instante a l yugo de los insurrectos, bien pronto el sentimiento público, herido en lo que tiene de más noble y característico, se despertará, mostrando al mundo que son, por merced del cielo, muy pasajeros en España los eclipses de la razón y de la honra.

En tanto que llega ese momento, como reina legítima de España, previo examen y maduro consejo, he estimado conveniente buscar en los dominios de un augusto aliado la seguridad necesaria para proceder en tan difícil ocasión, como cumple a mi calidad real, y al deber en que estoy de transmitir ilesos a mi hijo mis derechos, amparados por la ley, reconocidos y jurados por la nación, robustecidos al calor de 35 años de sacrificios, de vicisitudes y de cariño.

Al poner mi planta en tierra extranjera, vueltos siempre el corazón y los ojos a la que es mi patria y la patria de mis hijos, me apresuro a formular la protesta explícita y solemne ante Dios y los hombres, de que la fuerza mayor a que obedezco saliendo de mi reino en nada perjudica, atenúa ni compromete la integridad de mis derechos ni podrán afectarle en modo alguno los actos del gobierno revolucionario; y menos aún los acuerdos de las asambleas que habrán de formarse necesariamente al impulso de los furores demagógicos, con manifiesta coacción de las conciencias y de las voluntades.

Por la fe religiosa y por la independencia de España sostuvieron nuestros padres larga y venturosa lucha. Por enlazar con lo grande y generoso de los siglos pasados lo verdaderamente fecundo y bueno de los tiempos modernos, ha trabajado sin tregua la generación presente. La revolución, enemiga mortal de las tradiciones y del progreso legítimo, combate todos los principios que constituyen la fuerza viva, el espíritu, el vigor de la nacionalidad española. La libertad en toda su extensión y en todas sus manifestaaciones, atacando la unidad católica y la monarquía y el ejercicio legal de los poderes, perturba la familia, destruye la santidad de los hogares y mata la virtud y el patriotismo.

Si creéis que la corona de España, llevada por una reina que ha tenido la fortuna de unir su nombre a la regeneración política y social del Estado es el símbolo de aquellos principios tutelares, permaneced fieles como lo espero a vuestros juramentos y creencias; dejad pasar como una calamidad el vértigo revolucionario en que hoy se agitan la ingratitud, la falsía y la ambición y vivid seguros de que procuraré mantener incólume aun en la desgracia, ese símbolo fuera del cual no hay para España ni un recuerdo que la halague, ni una esperanza que la alivie.

La soberbia insensata de unos pocos, conmueve y transtorna por el momento la nación entera; produce la confusión en los ánimos y la anarquía en la sociedad.

Ni aún para esos pocos hay odio en mi corazón; que perdería sin duda gran parte de su intensidad, con el contacto de tan mezquino sentimiento, el de la ternura vivísima que me inspiran los leales que han expuesto su vidad y derramado su sangre en defensa del trono y del orden público, y los españoles todos que asisten con dolor y con espanto al espectáculo de una insurrección triunfante, (bochornoso en el curso de nuestra civilización).

En la noble tierra desde donde hoy os dirigo m i voz, y en todas partes, sobrellevaré sin abatimiento el infortunio de mi amada España, que es m i propio infortunio.

Si no me alentase, entre otros ilustres ejemplos, el del soberano más respetable y magnanánimo, rodeado también de tribulaciones y amargura, diérame fuerzas la confianza que pondo en la lealtad de mis súbditos, en la justicia de mi causa,y osbre todo en el poder de Aquel en cuya mano está la suerte de los imperios.

La monarquía de quince siglos de luchas, de victorias, de patriotismo y de grandeza, no ha de perderse en quince días de perjurios,de sobornos y traiciones.

Tengamos fe en lo porvenir: la gloria del pueblo español siempre fue la de sus reyes: las desdichas de los reyes siempre se reflejaron en el pueblo.

En la recta y patriótica aspiración de mantener el derecho. La legitimidad y el honor, vuestro espíritu y vuestros esfuerzos se encontrarán siempre con la decisión enérgica y el amor maternal de vuestra reina: Isabel. Palacio de Pau, 30 de setiembre de 1868.»

Gaceta de Madrid, 6 de octubre de 1868.

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