viernes, 9 de octubre de 2009

Las baleares y curiosas costumbre de sus habitantes en la protohistoria


Diodoro Sículo o de Sicilia es un historiador griego del siglo I AC, natural como su nombre indica de Sicilia. Escribió una obra en cuarenta tomos, titulada “Bibliotheca Histórica” a la que dedicó treinta años de su vida. En ella recoge relatos de distintas fuentes y recuerdos propios de los viajes que realizó. Mezcla también material mitológico. Nos llegó parte de ella.

Veamos lo que nos cuenta de las Baleares en su libro V.

"Se encuentra enseguida una isla llamada Pitiusa (Ibiza) a causa de la gran cantidad de pinos que allí crecen . Esta situada en alta mar y dista de las Columnas de Hércules tres días de navegación, de las costas de África un día y de España solamente doce horas. Esta isla es casi tan grande como la de Corfú y mediocremente fértil .Tiene pocas viñas y no se ven más que algunos olivos injertados en olivos salvajes; pero se alaba mucho la belleza de sus lanas. Está entrecortada por colinas y valles. Su ciudad que se llama Erese, ha sido edificada por los Cartagineses. El puerto es muy bello, las murallas muy altas y las casas muy cómodas. Está habitada por gentes de todas las naciones, pero principalmente por cartagineses que enviaron allí una colonia ciento sesenta años después de la fundación de Cartago.

Después enfrente de España están otras dos islas llamadas por los griegos Gymnesias, porque allí los habitantes viven desnudos durante todo el verano. Pero los Romanos y los naturales del país le han dado el nombre de Baleares derivado de una palabra griega que significa arrojar, porque estos insulares son excelentes sobre los de todas las otras naciones lanzando piedras muy grandes con la honda.

De estas islas la que es mayor excede en extensión a todas las otras islas de nuestros mares, excepto Sicilia, Cerdeña, Chipre, Creta, Eubea, Corfú y Lesbos. No está alejada de España mas que una jornada de navegación. La más pequeña, que esta más al Oeste nutre cantidad de animales de todas especies, pero sobre todo de mulos, de una especie fuerte diferentes de los nuestros, tanto por su tamaño como por su grito. Una y otra islas son muy fértiles, alimentan alrededor de treinta mil habitantes. Por el contrario tienen pocas viñas y esta rareza del vino es la causa de que ellos lo aprecien mucho. Carecen totalmente de aceite de oliva, usan una especie de aceite que obtienen del lentisco y que mezclan con la grasa de cerdo.

El amor y la estima que ellos tienen por las mujeres va tan lejos que si los corsarios apresan una mujer ellos no sienten ningún escrúpulo en dar por su rescate tres o cuatro hombres.

Sus casas son subterráneas y no las colocan mas que en lugares escarpados; así están al abrigo de las inclemencias del tiempo y de las incursiones de los piratas.

El oro y la plata no son usados entre ellos y no permiten que se les introduzca en su isla. Argumentan que es para que Hercules no declare de nuevo la guerra a Gerión, hijo de Crisaor, que poseía tesoros inmensos de oro y plata. Para colocar sus posesiones a cubierto de la envidia, prohibieron en su tierra el comercio de estos metales. Es para conservar esta costumbre que si se ponen a sueldo de los cartagineses, no quieren llevar su paga a su patria y la emplean entera en comprar mujeres y vino que se llevarán con ellos.

Tienen una extraña costumbre en sus matrimonios. Después del festín de bodas, los parientes y los amigos van a acostarse por turno con la casada. La edad decide quienes deben ser los primeros, pero el marido es siempre el último que recibe este honor.

La ceremonia que observan cuando se trata de enterrar a sus muertos no es menos rara. Habiendo roto a bastonazos todos los miembros del cadáver lo meten en una urna, y lo cubren enseguida con un gran montón de piedras.

Sus armas son tres hondas: llevan una alrededor de la cabeza, otra alrededor del vientre y la tercera en sus manos. En las expediciones militares arrojan piedras grandes y con más violencia que las mismas máquinas. Cuando asedian una plaza, fácilmente alcanzan a los que defienden las murallas, y en las batallas ordenadas rompen los escudos, los cascos y todas las armas defensivas de sus enemigos. Tienen tal puntería en la mano, que rara vez fallan el golpe. Lo que les vuelve tan fuertes y tan diestros en este ejercicio es que las mismas madres obligan a sus hijos mientras son jóvenes a manejar continuamente la honda. Les ponen por objetivo un trozo de pan colgado al final de una pértiga y hacen esperar al joven hasta que haya abatido el pan para darle permiso para comerlo."

Traducción de parte del libro V de Diodoro de Sicilia

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